Publicado el 15/05/2018

Gestionar la innovación farmacológica

Unas semanas atrás, en el marco de una discusión acerca de un caso práctico en una clase de un Máster de Gestión Sanitaria, un alumno, oncólogo, dijo algo que pareció una broma, pero que, por el contrario, llevaba incorporada una carga de profundidad muy potente: “Los oncólogos os vamos a arruinar”.

Gestionar la innovación farmacológica

Unas semanas atrás, en el marco de una discusión acerca de un caso práctico en una clase de un Máster de Gestión Sanitaria, un alumno, oncólogo, dijo algo que pareció una broma, pero que, por el contrario, llevaba incorporada una carga de profundidad muy potente: “Los oncólogos os vamos a arruinar”.

Ninguno de los asistentes a la discusión pensamos que ésta fuera la opinión de un villano “de cómic”, ni de un conspirador empeñado en arruinar el sistema. Simplemente resumió en una frase la consecuencia de lo que parece ser claramente una tendencia en el mundo de la oncología: el progresivo encarecimiento de los tratamientos, que afecta tanto a los tratamientos aparecidos recientemente, como a aquellos disponibles desde hace algún tiempo tal y como recoge un reciente artículo de Gordon et al. en el Journal of Clinical Oncology.

La buena noticia, que también existe, es que las posibilidades de disponer de tratamientos más eficaces son, progresivamente, más altas.

El problema que se abre, sin embargo, no es pequeño. Resumiéndolo: cómo conjugar la disponibilidad de más y mejores tratamientos para enfermedades complejas con los costes que eso supone y sin poner en compromiso la sostenibilidad de nuestros sistemas de salud.

Este fenómeno no es sólo aplicable al ámbito de la oncología. Muchas especialidades han mejorado o están a la expectativa de mejorar en poco tiempo su arsenal terapéutico.

En el artículo que se menciona se propone regular los precios de estos fármacos. Sin duda, este tipo de regulaciones son necesarias. La cuestión es poder aventurar hasta qué punto éstas son suficientes y, si no lo son, qué hacer.

No hay estrategias aisladas, aunque algunas son interesantes. Un reciente editorial de The Lancet, “Minimalism in Oncology” apunta una línea interesante y ya analizada en algunos otros estudios: Optimizar, por la vía de la disminución, dosis y tiempos de aplicación de las terapias antineoplásicas, mejorando no sólo los costes de los tratamientos sino también la calidad de vida de los pacientes.

Sin duda es una vía a tener en cuenta, pero no siempre será posible actuar de esta manera. Volvemos, por tanto, al punto de partida. ¿Hay más alternativas? Si. Todas ellas pasan por la necesidad de implicar a los equipos médicos en las decisiones terapéuticas de los pacientes candidatos a recibir fármacos de última generación. No se trata tanto de tomar decisiones individuales como de definir criterios adecuados para identificar las indicaciones y los pacientes óptimos para recibir estos nuevos tratamientos.

Es, probablemente, la única manera que hay de garantizar que todos estos nuevos tratamientos se vayan incorporando a la oferta de nuestros centros asistenciales, al tiempo que se evita convertir nuestros sistemas de salud en organizaciones refractarias a la innovación terapéutica, no por voluntad sino por incapacidad financiera para asumir el incremento de costes que suponen.

Nuestros sistemas de salud deben incorporar mecanismos efectivos de evaluación y definición de las indicaciones óptimas de los nuevos tratamientos. Estos mecanismos deben ser liderados por profesionales de la asistencia, conocedores claros de la realidad a la que se enfrentan.

Este Sitio Web utiliza cookies de terceros con la finalidad de realizar tareas de análisis. El acceso y uso del Sitio Web implica su aceptación. Para cambiar tus preferencias o ampliar la información, puede acceder a nuestra Política de Cookies

más información Acepto